El milagro de la virgen de Sopeña
Vivimos en un ambiente en que el milagro está llamando constantemente a las puertas de nuestra alma, pero distraídos por el dinamismo de la vida material, olvidamos la parte noble del ser en que actúan la contemplación y la meditación, y así nos hacemos sordos y ciegos, a estas vibraciones que Dios hace llegar a nuestra conciencia. Pero existen algunos hechos tan maravillosos y fascinantes, en que lo sobrenatural se pone tan claramente de manifiesto, que la razón humana claudica antesu poder… No pasan a la historia, que por presumir de «positiva» los desvaloriza como fantasías, y es la tradición la que los conserva. En ésta se ha de investigar, mediante la intuición religiosa o artística, para encontrar infinitos tesoros ocultos de la verdad, imposibles de hallar en la frialdad hierática de aquélla…
¿A que no sabéis por qué el pueblo de Veguilla está donde está?… Pues escuchadme:
Hace muchos años, no sé cuantos; existía una humilde aldea de hasta media docena de viejas casas en el lugar donde queda hoy, como sueño de otra edad, la ermita de Sopeña. Agrupadas en torno al santo edificio, vegetaban a la sombra verde y secular de un tupido bosque de encina y robles, de los que sólo un pobre recuerdo queda en los restos de hoy. Por un lado, el bosque, mansión de jabalíes y zorros, se hundía en el río tenebroso de lejano rumor; por el opuesto, se alza limpia y pura la roca viva de la Peña de Aja, nido de águilas, con su figura semiesférica, como capucha de monte orante. Da aquí el nombre de la aldea que a su sombra reposa en una paz semejante a la de una tumba.. Y, sin embargo, allí está Nuestra Señora de Sopeña, pródiga en maravillas, y cuyo santuario, como vértice de peregrinación, era célebre en todo el valle. Luz de vida y vida de luz espiritual. Romería con misa y baile por la mañana; alegres comidas en el campo circundante, y, por la tarde, el rosario y más baile…
Por la noche, el regreso a los hogares al claror de la luna embrujada: ¡Cantares e ijujús!… Y, poco a poco, el silencio volvía a conquistar el paisaje de sombras. Quizá algún insecto con su sinfonía gnómica o el grito agorero de un ave escondida en la enramada.
En aquella soledad, la angustia fué creando muchas leyendas de miedo y místicos relatos, que agudizando el alma religiosa de los primitivos habitantes, florecía en continua tensión emotiva, como si inconscientemente captasen los preludios de maravillosos acontecimientos en un próximo futuro… Sobre todo, desde una noche que oyeron aterrados (entre los aullidos lejanos del lobo, que aquel terrible invierno hizo bajar de las alturas hasta la misma mies…) unos cavernosos ruidos subterráneos que, como naciendo de los fondos insondables de la peña, huían atenuados hacia la lejanía… Mar en día de galerna. Tempestad que asoma en el horizonte. Monstruos apocalípticos en el fin del mundo…
Todos, con gran susto ante lo desconocido, se refugiaron en la ermita casi milenaria, mientras el huracán rimaba en el bosque sus estrofas heroicas y locas del poema del espanto… Pero, ¿que acaecia? ¿Qué luz tan extraordinaria alumbraba a la virgen? ¡Y cada vez más intensa! ¡Dios mío! ¡Si han cambiado la imagen de madera! ¡Y ésta sí que es hermosa!… ¡Milagro! La imagen está viva y sonríe…
Y todos sintieron dentro de sí una voz celestial como música angélica, que les decía: «Abandonad estas casas y construid otras en el lugar de la Veguilla, junto a la Vega. Allí crecerá el pueblo y llegará a ser la capital del valle. Este de aquí pronto será destruido, y sólo quedará como testigo esta ermita a mi nombre; no lo olvidéis, ni me olvidéis… y yo no os olvidaré».
Y se fué esfumando la aparición, quedando todos maravillosamente fascinados.
Presto fué hecho el traslado. Y, a poco, moles de roca, con intermitencias, se desprendieron de la peña. Aún se ven. Y lentamente desaparecieron hasta las ruinas centenarias.
Sólo la ermita quedó indemne, cumpliendo la virginal promesa, y la casa adjunta del «santero» que vivió allí como los antiguos solitarios del desierto. Y otros se sucedieron al correr de los años, y llegó también su fin…
Los restos aún se ven, semiocultos por la fronda…
Sólo la humilde y grandiosa capillíta, varias veces restaurada como lirio místico entre pagano bosque, proyecta al cielo su espadaña, brújula de nuestro destino; mientras, la pequeña campana, lanza al aire la armoniosa canción de su alborada, como profecía del despertar eternal.
LEYENDAS DEL VALLE DE SOBA EN LA MONTAÑA DE SANTANDER
RECOGIDAS DE LA TRADICIÓN ORAL Y PUESTAS EN ROMANCE DE CASTILLA
POR EL LICENCIADO DON MIGUEL ÁNGEL SÁIZ ANTOMIL
Del Centro de Estudios Montañeses y de la Academia General de Ciencia,
Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba – Madrid 1951