La maravillosa historia de la ermita de San Miguel
En continua aspiración hacia el infinito lanza su cúspide el Pico de Juan-Lucía, y en lo hondo canta su canción de ritmos variados el río Gándara, semioculto entre bosques y rocas. En la ladera del monte, dormidos en eterno sueño de felicidad, dejan pasar los años, cual instantes paralizados en el péndulo del tiempo, los pueblecitos de La Peña y Bustancillés…
Desde siempre, hubo rivalidad entre ambos, originada por aspirar los dos a construir una ermita a su Patrono el Arcángel San Miguel. Mas cada pueblo deseaba, con la obsesión de la idea fija, que tal construcción se realizase en su respectiva localidad. Y pasaron los años… Que si aquí, que si allí; pero la ermita no se edificaba nunca…
Mas llegó para el valle una época adversa en que males sin cuento cayeron sobre él como maldiciones. Con esta ocasión se acrecentó el estímulo para dar solución definitiva al pleito de la ermita que, al compás de las generaciones, era motivo de comentarios humorísticos por parte del resto del valle, que consideraba ya tal proyecto sólo en la región de los mitos dorados…
Y ambos comenzaron con entusiasmo su obra particular, sin tener en cuenta la del vecino… Pero al día siguiente, con gran admiración y espanto, contemplaron su labor desecha y anulada. En cambio, los cimientos casi ciclópeos de una ermita se veían en un montecito maravilloso, intermedio entre los dos pueblos, rodeado de la poesía de robles y encinas… ¿Qué trabajadores nocturnos habían realizado tal milagro? Un tanto inquietos, reanudaron, no obstante, las obras; mas idéntico fenómeno aconteció en la noche segunda. Y la construcción de la ermita avanzaba sin saber cómo en el cerro tan extrañamente señalado por destinos desconocidos. Ante estos hechos, fué llamado a investigar el caso el sabio cura de Quintana, que, después de meditarlo, pensó poner un vigilante que fuese testigo de los nocturnos acontecimientos.
Y así se hizo.
He aquí lo que relató al siguiente día el honrado mozo, aunque para él continuó siendo noche oscura, ya que las maravillosas cosas que vieron sus ojos mortales apagaron para ellos la luz del sol… A pesar de la ceguera tan repentina, originada, sin duda, por la emoción mística sufrida, continuaba, aunque nervioso, contento y satisfecho de su singular aventura, pues-decía él-después de ver lo que vi, ¿qué falta me hace ver más?.
«Bien sabe Dios que ni dormí, ni bebí, ni miedo sentí… El caso fué que a eso de la media noche se hizo un silencio tan grande que me dió que pensar. Y en seguida, no sé como fué, pero sobre los dos pueblos aparecieron como un enjambre de nieblas pequeñas, luminosas, que, como si las hiciese volar el suave viento de la helada matinal, se dirigían todas ordenadamente hacia el mismo sitio del monte donde se edificaba la ermita. Y presto tornaban al lugar anterior. Y así toda la noche, con estos viajes fantásticos e incomprensibles. Aquello parecía un sueño… Me aproximé despacio y tranquilo hacia el sitio en que se juntaban las nieblas inquietas, y allí una nube grande y resplandeciente era, sin duda, la que todo lo dirigía y ordenaba… Y entonces vi cómo iban aquellos seres del otro mundo edificando la nueva ermita… Pensé que era el Arcángel San Miguel y sus huestes las autoras, por orden divino, de tan extraordinaria obra… Yo estaba como encantado: aseguro que jamás gozó mi alma como entonces… La noche me pareció un minuto… Me quedé mira que mira, y de tal modo perdí la conciencia que hasta que me hallasteis, ya bien entrado el día, no me había enterado de mi ceguera; no sé si fué castigo o premio: lo cierto es que no me pesa ante la visión celestial que aún me parece contemplar…».
Todos creyeron tal relato, y ante los divinos designios, acordadron al fin los dos pueblos terminar la bienaventurada ermita de San Miguel… Y allí está hoy sumida en el ensueño de su origen, sirviendo de navío a las almas en el camino de la vida y de la muerte.
Y el día de la primera misa, ¡qué romería aquélla! En recuerdo de las tres noches del milagro, tres días duraron las fiestas. Y para que todo acabase felizmente, lo mismo que en los cuentos, durante la celebración de aquella misa memorable volvió la vista repentinamente al testigo de la noche mágica.
Y si alguien dijere ser esta leyenda fantástica, yo insistiré «terne que terne» (aseguraba absolutamente en serio mi abuelo) ser historia cierta de toda certeza, y el que así no lo crea, que San Miguel se lo tenga en cuenta…
LEYENDAS DEL VALLE DE SOBA EN LA MONTAÑA DE SANTANDER
RECOGIDAS DE LA TRADICIÓN ORAL Y PUESTAS EN ROMANCE DE CASTILLA
POR EL LICENCIADO DON MIGUEL ÁNGEL SÁIZ ANTOMIL
Del Centro de Estudios Montañeses y de la Academia General de Ciencia,
Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba – Madrid 1951